
Cuando era muy niña mi padre me llevó a la Feria del Libro por primera vez. Allí me regaló mi primer gran descubrimiento literario: la poesía de Gloria Fuertes. Ese día se me reveló que un libro podía ser también una caracola mágica donde podías oír una música secreta.
En primer curso de Primaria leí en la escuela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Fui de las que vi al elefante digerido por la boa donde otros sólo vieron el sombrero. Entonces se me reveló que las palabras eran las monedas de oro escondidas en el codiciado cofre que contenía todas las historias posibles.
A los seis años gané mi primer concurso de relatos, que publiqué en un periódico local. A los nueve años sentí la emoción de oler la tinta de mi primer cuento atrapado en las páginas de un libro. A los trece años escribí mi primera novela corta: la historia de una muñeca esperpéntica que cobraba vida desde la inmovilidad de su repisa. A los catorce ya jugaba a ser periodista, improvisando entrevistas con mi grabadora y fabricando mi propio periódico ficticio. Y a continuación ya fue un «no parar». Vinieron más cuentos, más artículos, más poemas, más historias. Comprendí que la escritura era tan consustancial a mí como respirar.
Me instalé en el exilio de las palabras, en ese lugar que convertí en mi única patria. Visitaba las librerías como quien acude a un templo sagrado. En mi biblioteca encontraba mi lugar de paz. Estudié Filología y Periodismo sólo por estar aún más cerca de las palabras, para tratar de acariciarlas mejor, para intentar comprenderlas por dentro.
Siempre quise ser escritora. Nunca me vi haciendo otra cosa. Cualquier otro oficio que he encarado en la vida ha tenido el único propósito de pagar mis facturas para poder comprar lo más valioso del mundo: tiempo para leer; tiempo para seguir escribiendo; tiempo para continuar buscando las monedas de oro escondidas en el cofre.
Algunos mueren con las botas puestas. Yo aún desconozco qué talla de botas calzo y cuál es mi batalla. Sólo sé que moriré persiguiendo el tesoro de los piratas. Y que nunca abandonaré mi exilio, ése donde escribir y respirar son la misma cosa.